domingo, 11 de mayo de 2008

Medallones burgueses


EL ESPECULADOR

Se levanta pronto por la mañana. El negocio le saca de casa en cuanto amanece. Su campo de acción es la Bolsa. Aquí encuentra a sus cómplices, a sus rivales, aquí libra sus duras batallas, aquí vive toda su vida en una rapidísima sucesión alterna de ansias, de dudas, de esperanzas, de derrotas y de victorias. Su frente es estrecha, huidiza, su ojo es pequeño, agudo – alguna vez emite destellos vítreos, feroces, temibles. El dinero – El auri sacra fames – ha grabado en esa faz el estigma del aventurero, del sin escrúpulos que en la Bolsa, en el mundo de los negocios no muestra un signo de piedad al liquidar a un rival modesto o al ordenar un golpe seguro. Este hombre que parece, bajo la mirada superficial del observador, un ser completamente inocuo; este hombre de costumbres – que tiene una familia y vuelve a casa a primera hora de la tarde – este hombre que a veces tiene en sus manos el destino de cientos y miles de individuos que él con un solo gesto puede enriquecer o sumergir en la miseria. El especulador extiende sus tentáculos sobre todas las manifestaciones de la energía humana en el bien y en el mal. Saca dinero de una guerra, salga victoriosa o vencida la nación a la que pertenece – una desgracia nacional no frena su furia de animal depredador. Su corazón no se conmueve – al sentimiento lo ha sustituido por el frío cálculo – a la poesía por las cifras– al arte por el precio de la obra en metálico. Especula con las viviendas y como resultado, miles de inquilinos alzan sus brazos al cielo, ante la visión del secretario judicial que viene para arrojar los muebles en medio de la calle – se abalanza sobre el grano y como resultado los pobres tienen que reducir la ración de pan cotidiano como en épocas de carestía – se abalanza sobre el vino y envenena al prójimo.

El especulador juega a lo grande. Las apuestas a veces son enormes.

Perder, significa a menudo, morir. Por eso la especulación lo absorbe incluso en momentos pasionales y en lugares sagrados. Interrumpirá una discusión sobre arte, para preguntar por el precio del petróleo – leerá el periódico, pero solo las cotizaciones a la baja. Le parecerá frío a la mujer, serio con los niños, lacónico con todos. Lento al meditar las ventas, frío al ejecutarlas – el especulador viste en sociedad los hábitos del pecado y a pesar de que vista de frac, tiene más delitos sobre su conciencia que cualquier bandido.

Es el producto típico de la sociedad burguesa. Cuando está en auge, todos le reverencian, le adulan, le temen. Los periódicos dedican columnas laudatorias a sus afortunadas empresas, diputados, senadores e incluso magistrados se ponen a su servicio – el populacho le contempla estupefacto. Cuando se arruina, cuando de la riqueza se precipita en la miseria. Todos le arrojarán la piedra, cada uno lleva el aguijón para entrelazar la corona de espinas – los enemigos brincan de alegría alrededor de su ataúd y un coro de maldiciones le acompañará a la fosa.

EL USURERO

En la escala de la perversidad humana, el usurero ocupa un lugar aun más bajo. Es el cuervo que sigue a los cadáveres de la sociedad burguesa, es la hiena que los desentierra para despojarlos. A veces tiene la suprema hipocresía de llorar ante las innumerables victimas que empuja al suicidio – pero no creáis en sus lágrimas – lo hace para engañaros a vosotros, a todos nosotros, al código penal, a la justicia, a la humanidad.

La gran ciudad vomita cada tarde, cada mañana, a cientos de individuos que a través de los engranajes de sus instituciones han perdido jirones de carne, de salud, de honor. Son los miserables que por una mujer descienden todos los escalones de la abyección, los infelices que para comprar una joya a la superficial prostituta que los traiciona no dudan en firmar un talón falso. Son los endemoniados por la pasión del juego que salen de las largas veladas alrededor del tapete verde, con los ojos brillantes, el paso tembloroso, la voz ronca, el disgusto en el alma, el vacío en los bolsillos – la perspectiva del suicidio como única vía de salida. Son los desgraciados que han penado a lo largo de todos los calvarios de la necesidad y han acabado por ser crucificados por un artículo del código penal – son los ingenuos, los buenos, los optimistas – timados por los astutos – despojados por los malvados, arrojados al arroyo por un cúmulo de manifiestas y traicioneras hostilidades; son innumerables los que golpeados por una desgracia, no consiguen rehacerse. Todos aquellos en definitiva que por un motivo u otro en un cierto momento de su vida deben encomendarse en las manos de un usurero, como un enfermo se encomienda al cirujano.

Y el usurero os mirará ante todo mucho tiempo a los ojos. Querrá que le contéis vuestra miseria y después que hayáis enrojecido, después que hayáis llorado de dolor y de vergüenza, el usurero os pedirá con voz fría, cortante como una hoja toledana, qué garantías ofrecéis de vuestra solvencia. Vosotros sentís que firmando el préstamo al 50, al 60, al 100, al 150 por ciento – es una horrible soga que os ponéis al cuello – sentís la asfixia, pero fuera hay alguien que espera, hay una banca que amenaza con el vencimiento, hay un artículo del código penal que os hace temblar, hay un chantajista que os colocará en el escenario del desprecio universal, hay, muchas veces, personas queridas que de vuestro lento morir de una hora, esperan una chispa de vida…y firmáis…Desde ese momento sois un esclavo, el esclavo de un innoble saqueador.

No obstante la ley, la sociedad actual, tolera la usura. Y tanta es la hipócrita vileza de nuestro tiempo, que si el usurero muere dejando miles de liras a un instituto de beneficencia – no faltarán “discursos conmovedores” en el funeral y la propuesta de un recuerdo marmóreo para hacer pasar a la posteridad la efigie del generoso “filántropo”.

¡Ah! ¡Qué grande, pura e inmaculada eres, Oh moral, Oh santa moral de la sociedad burguesa!

De L’Avvenire del Lavoratore, N. 17, 1 mayo 1909, V.

* “medaglioni” (medallones), son las figuras geométricas de forma ovalada de los frisos donde se dibujaban escenas costumbristas, “estampas burguesas” sería el título. También son los esbozos a carboncillo de retratos. Y figuradamente también significaba en el XIX “viejo pícaro” NdelT.

EL “VIVEUR”

La palabra es francesa y no traducible exactamente en italiano, pero la persona a la que designa es internacional. El viveur es el parásito por excelencia – el disipador de la riqueza social acumulada por otras manos – es el hombre que no produce nada, ni materialmente, ni espiritualmente.

No busquéis al viveur al alba cuando la ciudad se despierta y las calles de los suburbios y de los barrios pobres resuenan con los pasos apresurados de los obreros que van a reanudar el esfuerzo cotidiano, no le busquéis al mediodía cuando las calles se ensanchan por la marea de gente que interrumpe su trabajo para abarrotar los comedores.

El viveur llegó a la cama mientras el gallo cantaba y, como dice Parini a él suavemente le cerró las luces ese gallo que se las suele abrir a los demás.

El viveur se ha ido a dormir, cuando su despertador suena hacia las cuatro. Es buena hora para salir. El honor de la primera visita corresponde al peluquero, que con preclara diligencia debe conferirle la última moda del flequillo y del mechón, o de la raya del pelo, a menudo ralo del viveur. Luego un paseo a pie – para ver y dejarse ver. Después la cena, cuando las primeras sombras de la noche caen, comienza el incontestable reino del viveur.

Su corte es el café, el gran café deslumbrante de luz, bajo la cual la procacidad desnuda de la diferencia de clases** se impone a la vista de todos; sus cortesanos son los amigos grandes y chicos, sus siervos son los camareros, las siervas, el cochero que inclinan a un gesto la cabeza y doblan la espalda. ¡Acercaos a la mesa donde el viveur ejercita incontestable su dominio y exhibe su chaleco de fantasía y extiende sobre el mármol la mano llena de anillos!

Poned oído: el viveur y sus compañeros no hablan de política. Es un argumento plebeyo. No tratan de arte. Su incompetencia en este campo es colosal. ¿De literatura quizá? De los clásicos conocen Il tempietto di Venere, de los contemporáneos: Le rime di Argia Sbolenfi. Hablarán de negocios…Sí… de negocios. Pero son los negocios que muy raramente se cierran en la Bolsa. Casi siempre es el usurero el que se encarga de ciertas anotaciones difíciles. El argumento de conversación es la última aventura galante, el reciente escándalo matrimonial, una conquista amorosa, una fuerte pérdida en las carreras o alrededor del tapete verde de una timba clandestina, una fuga, un banquete, un baile de disfraces…¿Veis a aquel señor pequeño y calvo, de ojillos oblicuos, de mirada rastrera que habla en voz baja?... ¿Y a su vecino alto, enjuto, con largos brazos simiescos?... ¿Y el tercero adolescente, pero con la frente ya surcada por arrugas precoces, con los labios marchitos que ya no conocen el rosa de la juventud? ¿Y a aquel viejo de mirada obscena o repugnante? Una mujer semidesnuda le hace cosquillas en la nariz con una pluma…y el viejo verde sonríe con una sonrisa de impotente y de enfermo…

Son los viveurs, ¡Oh muchedumbre anónima de miserables que pasas timorata ante las grandes vitrinas de los cafés y no osas mirar dentro…Son los hombres que viven de noche en los cafés, en las timbas, en los prostíbulos! Su mente es pequeñita pero su soberbia es colosal.

No tienen ideas, no tienen programas, ni dios. Su religión es el placer, no el placer noble que da al organismo una sensación de alegría, más bien es el placer vulgar, artificial, falso, oropelado de hipocresía o chillón del rojo de todas las impudicias. Y por la mañana, cuando el alba se insinúa levemente por el oriente, los viveurs vuelven a sus casas.

Así, o con ligeras variantes, pasan todos los días y toda la vida. No siempre la fortuna les protege…Muchas veces, en pocos años, muchos patrimonios alados desaparecen, y entonces he ahí al viveur constreñido a vivir de subterfugios, conformarse con el escudo que los amigos no amnésicos le prestan, a limitar el número de sus habitaciones y de sus trajes, a comer a la mesa de otros…a sentir en definitiva el frío aliento de esa triste señora llamada Miseria y cuya hija es el hambre…Vida inútil para sí y para otros es la del viveur. Cuando muere, la pluma del periodista siempre encuentra para él una frase hipócrita y se dice: “El muerto era notablemente conocido en los ambientes mundanos de la ciudad”.

El viveur es el producto típico de la sociedad y de las clases que se corrompen, que se diluyen. Roma conoció a los viveurs quizá más espirituales que los modernos, pero no menos corruptos o degenerados. Hoy los viveurs constituyen la vegetación que el fango social excreta de su seno. Y así como los viveurs de la antigua Roma odiaban a los nazarenos, a los innovadores, a los cristianos y reclamaban contra la vil plebe la aplicación integral de las feroces leyes persecutorias, igualmente los viveurs de la burguesía detestan al proletariado, las ideas modernas, el progreso, la revolución. De los viveurs de la burguesía, de esta banda de aventureros, de tahúres, de ladrones han salido los “patrulleros del orden” que actuaron en Bolonia durante la última huelga general, han salido los “trabajadores libres”, paniaguados, los voluntarios “de la agraria”, los pistoleros contra mujeres, los flageladores de niños, han salido los villanísimos que en Milán silbaban a los obreros y los golpeaban, bajo la protección benevolente de los guardias…

Los viveurs son, en sus ratos libres, los policías voluntarios, los más feroces sostenes de la reacción…

Los viveurs de Roma pasaron y los de la burguesía no serán eternos. El proletariado ya ha encendido la gran llama purificadora.

De L’Avvenire del Lavoratore, N. 20, 19 maggio 1909, V.

** Orig. “orizzontali”

EL HOMBRE SERIO

Lo encontráis en todas las categorías de la sociedad humana: arriba, en medio y en la base de la pirámide social, para expresarme con una frase de moda entre los economistas. En el reino de los negocios el hombre “serio” es el deudor solvente, el especulador sensato, el jugador de bolsa hábil, el ladrón honrado, el usurero que trabaja en los márgenes del código penal.

En la política el hombre “serio” es el personaje de las opiniones atemperadas; es reaccionario, pero no quiere la horca; es revolucionario, pero no comprende el gorro frigio, rechaza la violencia, estigmatiza la insurrección. El hombre serio canta a la libertad sólo si está vigilada por los gendarmes. En los momentos de crisis, el hombre serio se encierra en un digno aire de reserva, en un prudente silencio, y muy a menudo en un sótano, hasta después de que las cuestiones hayan sido resueltas, para surgir de los cómodos escondites para imprecar a los vencidos y jalear a los vencedores. En la política el hombre serio es el héroe del sexto día, el parásito que disfruta de las conquistas del progreso, sin haber participado en ellas, el renacuajo del pantano que se esconde en el barro, cuando se acerca la tormenta y después croa muy alto al volver el tiempo sereno.

En la ciencia el hombre serio es el profesional mediocre, el erudito que ha tragado millones de microbios, revisando todos los viejos papelajos inútiles de las bibliotecas, el copista de los legendarios análisis e incapaz de hacer una síntesis, el recopilador de una erudición indigesta e indigerible que deja boquiabiertos a los imbéciles, el mulo de Parnaso que lleva un saco lleno de una sabiduría espuria, vieja, achacosa, dañada, estéril.

En la ciencia el hombre serio repite lo que han dicho otros, pero no es capaz de crear algo personal. Se atrinchera en sus posiciones y rehuye cualquier hipótesis genial y temeraria, para no comprometer la dignidad y la seriedad de la doctrina.

En la religión el hombre “serio” es el cura liberal, viejo modelo rococó. Se da aires de modernista, pero no llega al murrianismo*; quiere la tradición, pero no la inquisición. El hombre serio laico en la religión, es el personaje que no cree, pero bautiza a los hijos y exige el catecismo en la escuela. La tiene tomada con los curas, pero sostiene que son necesarios, dado lo salvaje del pueblo. Participa en la conmemoración del 20 de septiembre**, porque es una cuestión nacional, pero de noche va a pedir perdón al confesor jesuita.

En la moral el hombre serio crea su propio tipo. ¡La moral es tan elástica y tan contradictoria, en sus máximas y en sus dictados y en sus imperativos más o menos categóricos! El hombre serio en la moral aplica el lema jesuítico: “¡Si no eres casto, por lo menos sé cauto!” ¡Está permitido poner los cuernos a la mujer, o soportarlos uno mismo, es lícito el bullicio en la orgía, es tolerable pasar las noches en el tapete verde de una timba, a condición de que nadie lo sepa, a condición de que no estalle el escándalo! – ¡El escándalo!...Ésa es la palabra que resume toda la vileza de las clases altas. Y cuando el escándalo puede ser de dominio público, ¡cuántos personajes de alta y baja cuna se agitan para sofocarlo, cuántas maniobras, cuántos regalos y cuánto dinero para comprar el silencio! El hombre serio triunfa. ¿Qué se habla mal de él? Una espléndida contribución pro beneficencia ciudadana, hace callar a los maledicentes y reaviva la popularidad. ¿Qué se le acusa? El hombre serio se hace defender por los tribunales, pero no permite probar los hechos. Eso lo humillaría. Él esta por encima de muchas cosas, de demasiadas cosas, y es bajo la máscara de la seriedad, donde consigue salvar su honorabilidad personal.

En el campo del arte el hombre serio es el que sabe convertir rápidamente su ingenio en dinero contante. El hombre serio define la fórmula “el arte por el arte” como una ingenua insensatez de decadentes bohemios. El arte por el dinero: ése es el novísimo evangelio. El artista serio no adopta posiciones rebeldes o no continúa en ellas: sabe que los artistas rebeldes, los refractarios, que diría Jules Vallès, están casi muertos de hambre y frío en alguna repugnante buhardilla del arrabal. ¡Solo los imbéciles trabajan por la gloria; los hombres serios trabajan por el estómago y la cruz del comendador!

También existe en el socialismo el compañero serio. Generalmente es un trabajador. El individuo de las cien dudas, de los mil escrúpulos, dubitativo, pedante, fanático de todas las disposiciones reglamentarias. Un individuo que antes de emprender una lucha, quiere tener la victoria en el bolsillo. Por ello ridiculiza, hostiga cada intento y siempre encuentra piedras para lapidar a los vencidos.

Los hombres así llamados “serios” constituyen el lastre social. ¡La civilización es la obra de los llamados “locos”!

De L’Avvenire del Lavoratore, N. 35 1 settembre 1909, V.

* El modernismo teológico es un movimiento de pensamiento católico surgido en Italia a finales del XIX, para tratar de conciliar la filosofía moderna con la teología cristiana. Orig. “murrianesino” Por Romolo Murri inspirador del movimiento católico Democracia cristiana, como base de un partido político. NdelT.

** El 20 de septiembre de 1870, la “Toma de Roma” conlleva la anexión de Roma al reino de Italia y supone el fin definitivo del poder temporal de los pontífices romanos. NdelT.

Escrito por Benito Mussolini
Traducido en la Red Tercera Vía

No hay comentarios: