viernes, 12 de septiembre de 2008

Jean Thiriart habla sobre el separatismo

Quema de una bandera española por parte de un grupo de separatistas, en la Diada de Catalunya el pasado 11 de septiembre.

Veamos que opina el autor de "Imperium" sobre el separatismo:

¿Qué piensa usted de los movimientos autonomistas o separatistas, como el movimiento vasco ETA, el movimiento nacionalista bretón, el autonomismo corso?

Los particularismos vasco, bretón, corso, valón, flamenco, catalán, pueden ser analizados desde tres ángulos (hay más, pero falta espacio). Angulo político-histórico, psicológico, demagógico.

Bajo el ángulo histórico, en primer lugar. Va contra corriente de la evolución y las necesidades. La unidad de magnitud de un Estado estaba dictada por la calidad o la posibilidad de los transportes. En el momento del hundimiento del Imperio romano se ha debido volver a las pequeñas unidades territoriales autosuficientes. Un duque de Bretaña era concebible y justificable en el año 1200. Ya no lo era en 1650. En nuestros días el autonomismo de las dimensiones de Cataluña es carnaval. Los japoneses transportan por mar dando media vuelta al mundo millones de vehículos automóviles acabados, dispuestos a rodar.

Los télex de los financieros crepitan día y noche para señalar los movimientos de la Bolsa en Tokyo, Hongkong, Zurich, París, Londres, New York…

Los barcos navegan con una precisión de 300 metros interrogando a satélites y balizas Decca o Loran. Personalmente, en mi velero de alta mar, media docena de satélites me dan diez veces cada 24 horas mi posición en el mar. Mi ordenador de navegación puede anunciarme los próximos cincuenta pasos de satélites con su matrícula y el azimut de su aparición.

Me quedo estupefacto y pasmado ante las divagaciones de los particularistas. Por mi profesión (en la que utilizo cuatro ordenadores de medidas y de diagnóstico) y por mi hobby, la navegación, estoy metido hasta el fondo en la tecnología avanzada. Debido a las telecomunicaciones, hoy ya no existe la distancia. Centenares de miles de télex unen mediante cables o satélites a todos los continentes las 24 horas del día.

Todas las tesis histórico-políticas de Montesquieu han dejado prácticamente de tener valor (sobre todo las que unen la dimensión de un Estado a sus caracteres autoritarios o laxistas).

El gas de Siberia pronto será distribuido en Bruselas después de haber recorrido 8000 kms en tubos de acero fabricados en Lieja. Ese es el final del siglo XX.

A mediados del siglo XIX, los ferrocarriles han sido un elemento determinante de la (tardía) unificación alemana y han hecho de un país débil un país fuerte (Cfr. el pensamiento profético de un Friedrich List a este respecto).

Los nacionalistas vascos o corsos no quieren volver del tren a la diligencia, sino de la cápsula Columbia a la carreta de bueyes.

Bajo el ángulo psicológico los particularismos grotescos como el vasco o el bretón traducen en los individuos un repliegue sobre sí mismos, un miedo físico del mundo exterior, la certeza inconsciente de la incapacidad de hacer frente a la competición exterior (cosmopolita).

Los militantes ingenuos de estos movimientos (no hablo de los canallas demagógicos que explotan a estos idiotas) son de hecho los fracasados de la sociedad, los que no han podido ascender en la escala social. Los provincianos incómodos en las capitales o en las metrópolis.

El problema de la rebelión de los particularistas es en el plano psicológico el de la rebelión de los débiles incapaces de adaptación contra los fuertes capaces de adaptación. Su pretensión de ser diferentes oculta de hecho el rechazo a admitir explícitamente su inferioridad.

Cuando las cosas son “diferentes” y no comparables (como no son comparables superficies y volúmenes) se escapa, desde luego, a una clasificación de valor, se escapa a la selección. Los homosexuales también hablan del “derecho a la diferencia”. De hecho, son desviados, accidentes, y deben ser eliminados del marco de una sociedad sana que quiera ser eugenista.

Es fácil arrinconar rápidamente a estos pequeños cerebros de los particularistas evocando el problema del matrimonio exogámico. Queriendo respetar la identidad (sic) del “pueblo vasco”, desde luego hay que desanimar los matrimonios entre vascos y castellanos… Es evidente para estas gentes que un niño nacido de un apareamiento entre una mujer castellana y un hombre vasco es un jeroglífico, un mestizo, un inclasificable. Su sistema de pensamiento conduce a pequeños ghettos no solamente intelectuales, sino raciales. Y a partir de ahí, la endogamia conduce a la degeneración.

A finales del siglo XIX todavía se observaban numerosas degeneraciones en las poblaciones de los “altos valles” de los Alpes y los Pirineos. El grupo judío polaco, debido a su vida en ghetto voluntario durante siglos nos ha mostrado también un tipo físico degenerado, pequeño, no atlético.

Debo retroceder y darle un argumento más, pero en la dimensión política. La reivindicación de los corsos y de los bretones sería legítima si hubieran sido objeto de discriminaciones. Pero el Estado francés unitario, nacido en 1791, es por excelencia un sistema antiparticularista. Nada, absolutamente nada ha impedido a un corso llegar a ser almirante francés, ni a un bretón presidente del Senado en París. Por tanto, si no han llegado a ser ni almirantes, ni presidentes, es culpa de cada uno de ellos individualmente.

Y luego, defíname qué es un bretón o un corso, racialmente hablando. Por otra parte, no hay genotipo puro más que en Groenlandia (en 1850) o en Australia (en 1750).

Si yo soy, personalmente, tan radicalmente anti-americano, es porque en las estructuras “dominadores-dominados” de la OTAN, del Pacto Atlántico, de Occidente, los americanos son oficiales de marina y los europeos del Oeste cocineros… Aquí hay una discriminación. Se habría podido imaginar una “República atlántica”.

Si mañana los soviéticos que ocupen Europa del Oeste por necesidades militares se conducen como lo han hecho aquí los americanos desde hace 37 años, yo seré el primero en denunciar y luchar contra esta discriminación.

Pero si se construye el Imperio Euro-soviético y un hombre nacido en Málaga o en Lyon puede llegar a ser mariscal de esta Unión Soviética no habrá ninguna justificación para luchar contra las estructuras de esta “Gran Nación”.

En la Francia y la España unitarias no ha existido discriminación desde hace dos siglos. Los hombres nacidos en Barcelona o en San Sebastián podían llegar a ser presidentes o generales en Madrid. Los hombres nacidos en Ajaccio o en Brest podían llegar a ser almirantes franceses, generales franceses. Por tanto, no pueden dar ningún valor políticamente a sus reivindicaciones.
Llegamos al aspecto o parte demagógico. Aquí es el reino de la canalla. Bandidaje de derecho común y “resistencia” estaban estrechamente imbricados uno con otro en 1941 y 1942 en Francia y en Bélgica. Lo mismo en Córcega en 1982. El dinero de los atracos sedicentemente políticos del país vasco, desde hace quince años, ha sido reinvertido en un 95 % en negocios franceses del suroeste. Hoteles, restaurantes y supermercados han sido comprados en Francia con el dinero de los atracos políticos cometidos en el país vasco español.

Igual que el dinero de los beneficios del tráfico de drogas en los USA es convertido en inversiones limpias y honradas en Sicilia por la Mafia. El dinero robado por los autonomistas vascos ha sido lavado, blanqueado, reciclado en Francia.

En Bélgica, la autonomía parcial que ha sido concedida estúpida e imprudentemente a Walonia ha desembocado en esto. Los políticos walones de ínfima envergadura intelectual se han apoderado de fábricas, de intermunicipales (electricidad, gas, transportes públicos) “en nombre de la regionalización” lo mismo que langostas abatiéndose sobre un campo de trigo. La Walonia convertida en botín de pequeños aventureros está a punto de convertirse en una reserva de indios o de esquimales. La economía se hunde a marchas forzadas.

La pretendida dictadura del Estado central, ejercida contra las “pobres regiones explotadas” es lo contrario de la realidad histórica. Nada es más peligroso que depender del poder o la justicia local, regional, pueblerina, urbana. Pequeños Estados, sórdidos ajustes de cuentas. Los ajustes de cuentas entre los Pazzi y los Médicis en Florencia, a finales del siglo XV, eran, desde luego, inconcebibles en la Italia unificada a finales del siglo XIX.

Tolerar las payasadas vasca, catalana, flamenca, corsa, bretona, en el seno de Europa es reanimar mil conflictos del tipo Pazzi-Médicis.

El filósofo socialista francés no se ha engañado. Esto es lo que escribía Alain en septiembre de 1924:

“Se dice frecuentemente que el régimen democrático no convenía más que a los pequeños Estados -tesis de Montesquieu-. El acontecimiento nos hace ver precisamente lo contrario, en el sentido de que la autonomía de las provincias tiene por efecto casi en todas partes un régimen violento y una tiranía de hecho. Platón ha demostrado cómo los ambiciosos y los perezosos unidos se han apoderado enseguida de la ciudadela. Pero tampoco tenía ninguna idea de estos grandes Estados en los que las intrigas locales son fácilmente reducidas por un cambio de altos funcionarios y por la investigación de una policía enviada desde el centro y que no tiene primos, ni intereses ni lazos en el cantón”.

Fin de cita. Un poco más adelante, Alain sigue escribiendo:

“Hace falta, por tanto, un poder abstracto, lejano, irresistible. Y esto supone una gran extensión de país y gendarmes indiferentes. En cuanto el gendarme tiene una viña en el país ya no es gendarme. Las grandes monarquías se sostuvieron porque un poder absoluto es siempre justo desde que no está cogido en el juego de las pasiones. Los cuatro regimientos húngaros que controlaban Milán en tiempos de Bonaparte eran más justos que magistrados que tenían que conservar sus amigos, tratar con miramientos a sus enemigos y para quienes, en fin, una sentencia era el comienzo de una peligrosa querella”.

Recientemente, también Alexandre Zinoviev hablaba el mismo lenguaje, el de Alain y el mío. Esto es lo que saco de La Maison Jaune de Zinoviev:

“El pueblo soñaba con un nuevo Stalin. ¿Por qué? ¿Cómo que porqué? Porque Stalin hacía bajar los precios mientras que éstos los suben. Y sobre todo, el pueblo ruso deseaba un poder central fuerte, un poder superior que lo protegiera de la arbitrariedad de las pequeñas autoridades locales”.

Entrevista realizada a Jean Thiriart el año 1983.
Extraído de Thiriart

1 comentario:

Kastilian Dunkelheit dijo...

Interesante texto, la verdad es que yo soy un firme defensor de la Europa de las 100 banderas, yo por ejemplo me considero castellanista, aunque por supuesto eso no significa que sea antiespañolista (aunque para mi la verdadera bandera de España sea la Cruz de Borgoña, bajo la cual nuestros ancestros derramaron su sangre defendiendo la) y estoy convencido de que la union hace la fuerza, pero muchos conflictos acabarian si se dividiesen los estados en verdaderas naciones.

PD: MUchisimas gracias por registrarte en el foro, ya he puesto las secciones en el foro y se puede postear sin problemas